Victor Madrid – 22 de Diciembre – Virgo, Sagitario, Piscis y Géminis.
Todo lo que está abajo, fue sacado del blog escrito por Victor Madrid: http://madridvictor.blogspot.com/2013/03/2012-parte-vi-el-ano-del-graal_15.html?m=1
Palabras: 6392.
Tiempo Estimado de lectura: 42 minutos.
Páginas: 11.
22 de Diciembre de 2012
Mediodía
Cuarenta días después de la visión del eclipse en la Isla Juan Fernández, veinte y seis peregrinos se reunieron en la montaña santa del centro del mundo. El corto viaje en teleférico los llevó desde los 2.800 m. de la ciudad de Quito a 4.200 metros de altura sobre el nivel del mar en unos diez minutos. Caminaron entre turistas y visitantes de varias nacionalidades por la fría meseta de esa mañana en que terminaban calendarios de tantas partes. Al occidente, la preciosa huaca que desde su nacimiento señala al Polo, acogía a docenas de personas que habían buscado el lugar de la Tierra más cercano al Sol para contemplar el evento cósmico previsto en todas las tradiciones del mundo. Con la misma expectativa que los mayas cada 52 años vivían la Ceremonia del Fuego Nuevo, querían permanecer conscientes del significado del fenómeno astronómico que los siete mil millones de habitantes de la Tierra estaban por experimentar.
Veinte y seis mil años atrás nuestra Tierra se encontraba en una posición similar, y seres como nosotros habían contemplado los mismos eventos celestes: el alineamiento de la Tierra, el Sol y el Agujero Negro del Centro de la Galaxia, en la Constelación de Sagitario. Desde entonces, fijaron su pensamiento dando significado a cada una de las posiciones de las estrellas, describiendo sus movimientos cíclicos observados por milenios.
A media mañana, sin que nadie convocara u organizara, pasaron los Danzantes Yumbo llevando su rito hasta el Rucu (Anciano) Pichincha. Los peregrinos caminaron mientras el aire frío insuflaba a todos la vida nueva que florece bajo el azul intenso habitado por el Zamarrito pechinegro, colibrí que come sol y bebe nieve, en el valle noroccidental que se abre más allá de las montañas. Los peregrinos distribuidos entre las cinco chimeneas del volcán original, encontraron su lugar junto a la más antigua: Kuntur Wachana, “nido de Illapa donde nacen cóndores”.
El Sol llegó al Cenit, en la constelación de Sagitario, que al amanecer se encontraba en el horizonte anunciando, como Juan, el retorno del que siempre vuelve. Sentados, con la columna perpendicular al centro de la Tierra, en grupos o aislados, todos fueron medio de la realidad terrestre uniéndose en ellos a la realidad celeste. Cesaron entonces todas las oposiciones, la Tierra, El Sol y Sagitario A, eran Uno y lo Mismo. Era Uno la Conciencia que esto realizaba y era Uno lo que finalmente había sido comprendido.
Alineada, esta corriente de Unidad circuló de Sahasrara a Muladhara del mundo y de los hombres, Uno y lo Mismo, y volvió, emanando con la intensidad del volcán que elevó el fuego hacia el lugar Originario a las siete de la mañana del 7 de Octubre del ‘99. Sobre sus cabezas, cuatro grados al Sur del Sol Invicto en el Cenit del Mundo, el Centro de la Galaxia era adivinado como origen de la misma Luz que lo cubría poniéndolo en contacto con la Tierra. Muy cerca, el Escudo y la Serpiente señalaban hacia el Centro, a unos grados del Médico Divino.
En el Nadir, la Tierra estaba suspendida sobre la constelación de Géminis, padre adoptivo de Jehsú, en la base del eje vertical.
Entonces en Oriente nació el Cristo, en su forma de la Constelación de Piscis y “Yo-LA HUMANIDAD” sonó por todas partes. Mientras en Occidente, se ocultó la Virgen, sembrando en la montaña el Bija, Germen de su estrella Spica, para dar nacimiento a la nueva humanidad.
En el epicentro de este encuentro del Todo en Todo, todos los seres fueron el Corazón graálico. La Mónada, puesta en Movimiento por el Chakravartin, trazada por Platón en el Timeo e intuída por J. Dee, era ahora consciente de sí misma, condición ineludible para que, 27 días después, el 18 de Enero de 2013, el Nuevo Sol alumbre el primer día de la Nueva Humanidad.
Él es VERBO: las “santísimas palabras”
LUZ, porquce es visto y aclara
y VIDA, ofrecida a los elegidos en una Cena primordial…
Lo que explica, al margen de cualquier difusionismo, la semejanza en el discurso, estructura y función de los contenidos míticos de pueblos c, europeos, americanos u oceánicos, que transmiten sus comunes observaciones de la mecánica celeste.
La versión poética de estos eventos apareció hace apenas tres mil años en la Magna Grecia, donde Hesíodo y Homero, nombres epónimos de Colegios de Sabiduría -antes que personajes- los narraron en Los Trabajos y los Días, La Ilíada, La Odisea, o los Himnos, como eventos (Guerra de Troya, viaje de Ulises) para ellos varias veces milenarios, que a través de la Ruta de la Seda recibieron el aporte del saber de los antiguos Kavis “poetas” hindúes, y de los Tschenn-Yenn, “hombres verdaderos” que en extremo Oriente habían llegado al estado primordial y habitaban el Principio (Tao), en perfecta armonía, realizando los símbolos más allá de las “imitaciones” (Hiao).
Dos mil años después y luego de la entrada en Asia Central del Tasawwuff musulmán (715 d.C.) comandado por el adolescente Mohammed Bin Qasim, el Islam se reconoció en esa misma tradición, y mil años más tarde, re-ligado a la enseñanza Crística a través de la Caballería Templaria que compartía con la Musulmana las ideas, la jerarquía y los símbolos, pasó a Europa entre los siglos XII y XIV, como un misterio de intelección, cuyo cumplimiento depende de la mediación del Hijo de Dios, en una Gran Operación de la cual forma parte el relato de la Crucifixión, con la “salida” del Instructor por Capricornio, Puerta de la Obscuridad y de los Dioses, el 22 de Diciembre, (pues por allí, o en esa misma fecha también “entran” al mundo los Avatares, como Jesús, o Ram, “descensos” de Brahma o formas de Vishnú), Devayana hindú, reconocible aún en el tema del Carro de la Diosa, el Eje y las Dos Ruedas, que Asia legó al Poema de Parménides en tierra focea, al amanecer del pensamiento filosófico griego.
“Después de la muerte”, mientras el alma inteligente y pensante se une a la Inteligencia Suprema, la parte sensitiva y ágil sale de la Caverna cósmica, que es el mundo, hacia el “Mundo Intermedio” o Aether cuyas vibraciones originan los distintos elementos.
“Cielo acuoso” de los egipcios, Amenthes, Xibalbá maya e Imaginal sufí, guarda las almas “humanas” hasta su retorno por Cáncer, el 22 de Junio, para animar con la misma llama otra parte del Universo, al entrar por la Puerta de los Hombres o Pitriyana hindú: el Camino de los Antepasados.
Estas dos “puertas”, en la India, en Persia, en Egipto, referidas a aspectos muy concretos de la instrucción tradicional y correlato de estados psicológicos precisos, marcan el simbolismo que transmite el significado de la Dualidad, en numerosos sistemas: Menhires y Dólmenes de la iniciación prehistórica, Yang-Yinn en China, Prakriti-Purusha del Samkhya hindú, Ida-Pingala de los Upanishad, Ahura Mazda-Ahriman del Zoroastrismo. Se reconocen también en la Sabiduría “de las Dos puertas” que realiza Bodhidharma o en los dos cetros que sostiene Wiracocha Tunapa en la Puerta del Sol de Tiahuanaco; en la geografía inca sacralizada como Hurin y Hanan: Cuzco Terrestre-Cuzco Celeste, en última instancia idénticos a Jerusalén Terrestre-Jerusalén Celeste, de la Revelación, marcadas en el Polo Norte Terrestre y Polo Norte Celeste.
Se muestran también en las 16 vocales y 33 consonantes de la tradición hindú, donde mora lo Divino (Deva-nagari) construyendo los estados de conciencia simbolizados por una esfera en movimiento (chakras) que no conoce límites físicos en la expansión de su luz; o en las dos primeras letras del Alefato hebreo, Aleph (3) y Beth (4) en la adaptación que realizó Abellio en Le Bible Document Chifré, que corresponden al Alif y Bayit, letras iniciales de la Lengua Árabe, relacionados morfológicamente por Ponsoye con la Lanza de Longinos y la Copa de José de Arimatea en La Búsqueda del Santo Graal, que, geométricamente son un recta vertical incidiendo en el centro de un círculo que evoca el sistema Eje de los Polos Celestes-Eclíptica, Eje de los Polos Terrestres-Ecuador, interactuando en un mecanismo que da origen a todos estos símbolos, muestra sus movimientos periódicos y ofrece los elementos para comprender su significado.
La Tradición marcó en la Eclíptica la fecha en la que, con esa operación, “nacen” los Cristos: El Solsticio de Invierno, a la medianoche del 22 de Diciembre, cuando el Sol llega al grado 0 del Signo del Macho Cabrío, que hace dos milenios coincidía con el grado 0 de la Constelación de Capricornio, independientemente del día concreto en el que nacieran los personajes que a través de la Iniciación se transformarían en “Crist-alizaciones” del rayo del Espíritu Universal.
Hasta el Concilio de Nicea –en la actual Turquía- convocado por Constantino el Grande en el año 325, el día fue “retrasado” observando que la precesión equinoccial hacía que el contacto del Sol con ese Grado 0 se produjera cada año “un poco más tarde” en el día 22, y luego de 72 años, a la medianoche del 23 de Diciembre, consecuente con el recorrido aparente del Punto Vernal en dirección inversa a la del movimiento de la Tierra sobre la Eclíptica, a razón de un grado cada 72 años a través de las Constelaciones de Tauro, Aries, Piscis y Acuario…
Por esa razón debía “agregarse” un día cada 72 años, a la fecha de los cuatro puntos de la cruz de Solsticios ( 22 de Diciembre y 22 de Junio) y Equinoccios (21 de Marzo y 23 de Septiembre), desplazando el Rit, es decir, el nacimiento de Jesús, hasta el 25 de Diciembre, fecha en la cual, después de haber respetado la corrección científica por más de 200 años, la iglesia fijó la Natividad, sin ningún fundamento y como un signo más de su separación de la Fuente tradicional, al afirmar las tesis políticas del Emperador que necesitaba oponerse al arrianismo antitrinitario, convirtiendo en una “divinidad consustancial con el Padre” la humanidad de Jesús que transmutada por la Iniciación hasta “la medida de la estatura perfecta de Cristo” anunciada más tarde por Pablo, como un estado posible para cada ser humano (Efesios 4,11-13), era sostenida por el libio Arrio en Alejandría, declarado apóstata en el Concilio de Constantinopla del año 381, aunque su influencia se extendió por Europa hasta el Reino Visigodo de Toledo en el siglo VI.
Así fue degradado el saber tradicional en simple teología en la cual, naturalmente, el Hijo de Dios (un símbolo) sólo podía tener una madre “divina”, convirtiendo en una imagen inalcanzable a “la doncella”, Ha‘Imáh de Isaías 7,14 (Ha 8 + Ayin 45 + Lamed 24 + Mem 30 + He 8 =115), futura madre de Emmanuel (a recordar su relación con Melquisedec) o matriz del misterioso mecanismo, quien por su Valor Secreto (115 x 116 / 2 = 6670 ) es Síntesis, de Binah Inteligencia (Beth 4 + Iod 18 + Nun 36 + He 8 = 66) y Hochmah Sabiduría ( Heth 12, Kaph 20, Mem 30, He 8= 70), entre las columnas del Rigor y la Misericordia del Árbol Sephirótico.
María “virgen” (como palabra que nombra a la doncella y, sobre todo “no ligada personalmente a ningún hombre…” según SRF) como la madre de Apolonio, Alejandro, Pitágoras o Buda, era entonces, como hoy, una imagen de La Vía del Misterio, Central y Oculta en el Árbol de la Tradición Hebrea. “Undécimo” Esplendor; Conocimiento secreto o Daath (Daleth 6 + Ayin 45 + Tau 360 = 411), causa del “nacimiento” del Cumplimiento Místico (producto de Inteligencia y Sabiduría, a la vez) que convertido en dios sufriente, por dos milenios fue adorado sobre una cruz, ignorando todo de su verdadera Misión.
Un sistema de hermenéutica sagrada que descubre el significado de las transmisiones, de la historia y de la realidad, en todas sus manifestaciones; Tawil islámico al que iniciaban Ibn’Arabí y los suyos, que reconduce las cosas a su espíritu, reuniendo la realidad empírica con el mundo de la trascendencia y que se aplica a la interpretación de la enseñanza tradicional, tomó la forma de una “virgen”, convertida luego en “Madre de Dios”, alejando de los hombres a Jehsú, el Cristo de los Iniciados, reemplazado por un legendario Jesús, olvidando a la vez el sentido de ideas como la de reencarnación (Mateo, 16, 13-14 “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? –Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.), referida al proceso por el cual retornaba el Héroe Solar en la Tradición de la que es deudor el Cristianismo.
De caída en caída en el mundo de la historia, en los siglos II y IV, con las acciones de Ireneo y Atanasio, la Iglesia eliminaba de su transmisión los textos que revelaban un origen tradicional, estableciendo un Canon que excluía del Antiguo y Nuevo Testamentos, como Apócrifos (del Griego apókryphos, oculto; y éste, a su vez, del radical Protoindoeuropeo Krǟu, ocultar…) a todos aquellos libros que su ortodoxia no podía ya comprender ni explicar, aunque varios retornarían en las transmisiones del profeta Maní, como los 22 libros de su Evangelio viviente con comentarios a los evangelios canónicos, y luego del Islam, fundamentando Suras y Aleyas del Qoran.
Desaparecieron así de La Biblia más de treinta “autores” que 1.700 años después podemos leer en la excelente edición Apócrifos del Antiguo Testamento de Diez Macho, donde encontramos varias versiones etíopes, hebreas y griegas de Henoch, Fragmentos arameos y coptos, el Libro arameo de Ajicar, tres versiones del Apocalipsis de Esdras, tres versiones de Textos Macabeos, varias Vidas de los Profetas, los Salmos y Odas de Salomón, la Oración de Manasés, la Carta de Aristeas, los Jubileos, un Pseudo Filón, la Vida de Adán y Eva, el Paralipómenos de Jeremías y los Oráculos Sibilinos, sin mencionar todavía los 700 escritos esenios de Qoumram, con textos exegéticos de las Escrituras, cuyos ecos se encuentran en los Cuatro Evangelios; un Libro de Samuel, un Libro de Tobías, el Manuscrito de Damasco, un Libro de Jubileos, el Manual de la Guerra, el Libro de la Comunidad…textos que demuestran la filiación esenia y tradicional de Jesús y Juan Bautista, excluida en la forma final que adquirió el “Antiguo” Testamento, cuyo primer capítulo en el Sepher Baereschit (Génesis) de Moisés (otro Colegio de Sabiduría, o incluso, una corriente de pensamiento, antes que un personaje ) proviene del Poema Babilónico de la Creación, tanto como la “historia” neotestamentaria de un Mesías se encuentra grabada en los Textos de las Pirámides, 3.000 años antes de Jesús de Nazareth.
Por idénticas razones fueron excluidos del Nuevo Testamento, los Fragmentos Coptos, otros de los Hebreos, de los Ebionitas, de Tomás, de Felipe, de Pedro, de Apeles, de María, de Judas, de Eva, de Basílides y de Marción, con los Fragmentos del Oxirrhynchus, de Fayun y del Cairo; o los que aparecen en los Papiros de Berlín y el Egerton, los Agrapha canónicos y los citados en la Patrística; el Pseudo-Mateo, los extractos del Liber Infantia Salvatoris que conserva el British Museum, el Evangelio Armenio de la Infancia, o el Libro de la Infancia de Jesús de la Biblioteca Nacional de París; los Apócrifos de la pasión y resurrección como las Actas de Pilato, el Evangelio de Nicodemo, la correspondencia de Pilato y Herodes, la Declaración de José de Arimatea, el Evangelio de San Bartolomé, o la Correspondencia entre Jesús y Abgaro… que formaban parte del núcleo de transmisión de la Iniciación Crística hasta el cierre de sus Colegios en el tercer siglo de la Era de Piscis.
Bajo el título de Los Evangelios Apócrifos, estas obras se encuentran editadas en Español desde 1963 por el filólogo Aurelio de Santos Otero, en la colección crítica de textos griegos y latinos de la Universidad de Salamanca.
Aun así, los censores de la Gran Iglesia que en el siglo IV tenía una fuerte presencia en Roma, donde intentaba conciliar las exigencias políticas del naciente cristianismo influenciado poderosamente por el pensamiento de Pablo, eligieron de entre varias docenas de evangelios, al menos cuatro textos emblemáticos que según el filólogo Antonio Piñero correspondían con los cuatro puntos cardinales revelados en el anagrama que la palabra Adán forma en lengua griega: Arkton, la Osa Mayor, el Norte; Dýsis, el poniente, oeste; Anatolé, naciente, el este y Mesembría, el mediodía, el sur…Aunque es más bien un tradicional simbolismo zodiacal el que se expresa en la selección de los evangelios de Mateo, con el emblema del Ángel y el signo del Aguador, Marcos y el signo del León, Lucas con el Toro y Juan como expresión del Águila.
Esta iconografía, que aparece ya en la Mercabah de Ezequiel (Cap. 1) pobremente traducida como “seres vivientes” y “ruedas”, es la Manifestación en cuatro mundos -Querubines-, de la primera palabra -Baereschit- del Canon Hebreo; se reconoce también en el Apocalipsis y fue acogida en el crucero de la Basílica de San Pedro, reproducida en bronce por Bernini sobre las cuatro columnas salomónicas que sostienen el baldaquino del Altar Papal; en la tradición pictórica o literaria occidental y en la arquitectura de innumerables iglesias que por todo el mundo dan fe de su adhesión a un saber tradicional que se presupone aunque su significado y aplicaciones operativas son desconocidos desde hace más de 17 siglos en todas las variantes religiosas que forman el Cristianismo, “iglesia universal”.
***
Si se hubiera conservado la corrección científica impuesta por la precesión de los equinoccios, por la cual más o menos cada dos mil años, cuando “nace” el Instructor de cada Era Precesional, una constelación distinta se eleva en Oriente al amanecer del Solsticio de Invierno, e iniciando el cálculo el 22 de Diciembre del “año uno” de la Era Cristiana, en coincidencia con el grado 0° de Capricornio, a inicios del siglo XX la fecha del Solsticio que abre la Puerta de los Dioses, se habría desplazado hasta el 18 de Enero, luego de la retrogradación del Punto Vernal por los 26 grados que cubre la constelación de Piscis, independientemente de la extensión que la astronomía atribuya a las agrupaciones estelares en sus convenciones que, con la misma arbitrariedad que los censores de los textos bíblicos, “fijan” los grados y a veces los nombres de aquellas, sin relación con su correlato simbólico, que es el origen y fundamento de las denominaciones griegas, árabes o hebreas de sus estrellas, conocidas y observadas desde hace muchos siglos.
De modo que el 22 de Diciembre del año 2012, cuando el Sol llega al grado 0 del Signo de Capricornio (simbólico) y nos recuerda el nacimiento de Cristo-Jesús, a las 6 de la mañana, asciende en Oriente la Constelación de Sagitario (real), como Juan anunciando la llegada del Cristo Cósmico que, en ese mismo instante y como Constelación de Piscis, se encuentra en el Nadir o Fondo del Cielo de la Esfera Celeste, mientras la Virgen ocupa el Cenit, o Medio Cielo y José, su padre adoptivo, se oculta en Occidente como la constelación de Géminis.
En un sentido muy amplio, todas las Tradiciones contienen el mismo núcleo de sucesos: Una Enseñanza que viene del Origen, cuyo “inicio” se vincula a un punto de la circunferencia formada por el extremo norte del Eje de Rotación de la Tierra, inclinado 23°27’ en relación a la “vertical” del Eje de los polos de la Esfera Celeste. Actualmente ese punto coincide con Alfa de la Osa Menor, la Estrella Polar, posición que hace unos 6.000 años era ocupada por Thuban del Dragón, y hace 13.000 por Vega de Lira, como antes por una estrella de la Constelación del Cisne, mientras que, en el futuro se encontrará en Cefeo…otra de las constelaciones del Polo Norte de la esfera celeste.
Al Polo Norte celeste del tiempo de su construcción (12.000 años atrás, según las huellas que la erosión por el agua dejó en la Esfinge de Gizeh, en la meseta que hace miles de años era una sabana) apuntaba el estrecho pasaje -“para ventilación” según la arqueología oficial antes de las investigaciones de R. Bauval y A. Gilbert (El Misterio de Orión,1994)- que desde la cámara del Rey va hacia el norte por dentro de la Pirámide de Keops, trazando el camino que en su religión estelar el alma del Faraón, y con ella, el “espíritu” de todo Egipto, recorre hacia las estrellas, después del rito de “apertura de la boca” realizado con la momia en posición vertical y utilizando la azuela que por su forma evoca la Constelación de la Osa Menor. Los túneles que van hacia el sur, desde las cámaras del Rey y de la Reina, apuntan a las tres estrellas del falo de Orión y Sirio en el Can Mayor, “principios” que forman y hacia los cuales tienden el Faraón y la Reina, respectivamente, y todos estos pasajes cumplen la misma función que el “tubo espiritual” que conecta el sarcófago de Paqal con la cima del Templo de las Inscripciones, descrito por Linda Schele y David Freidel en Palenque: son la representación física, del camino que sigue desde el mundo de los muertos el espíritu encarnado en su encuentro con el espíritu universal. El viaje del alma, la ruta que lleva al héroe “por tres días”, años, siglos, al mundo subterráneo, donde construye un cuerpo de luz, vehículo de su “resurrección”.
Estas correspondencias entre las construcciones sagradas y la astronomía se asocian a la imagen del Héroe Solar, que “sostiene” y “rectifica” la inclinación de 23° 27’ de la Cruz formada por el Eje de rotación terrestre y la Línea ecuatorial, con respecto al eje de los polos de la esfera celeste, en una “misión” simbólica, pues desde la formación del Sistema Solar luego del estallido de una Supernova hace 4.500 millones de años, no ha ocurrido un cambio en la inclinación de la Tierra o de los otros planetas sobre sus órbitas eclípticas de traslación alrededor del Sol.
Son estos Mediadores, Cristos, Avatares o Enviados, manifestaciones de Vishnú, “crucificados” entre el Eje de Rotación y el Plano del Ecuador quienes traen a los hombres el “significado” de esta inclinación astronómica expresado en un drama cósmico de salvación del mundo desplegado en la “vida” de los instructores.
En Jesús, la imagen de su “calvario” o peregrinaje doloroso por la exaltación pisciana del sufrimiento, hacia el Gólgota donde estaría sepultado el cráneo (es decir, el Principio, el Origen intelectual) de Adán, Primer Avatar del Padre en el Ciclo humano que concluye, lo muestra inevitablemente inclinado, soportando el emblema de la Cruz, a la vez que “rectifica” por su pasión la oblicuidad de la Tierra.
Junto a esas imágenes polares, forman parte del drama las visiones zodiacales, en un plano perpendicular u “horizontal”, con respecto al Eje celeste, y la constelación que se levanta en el horizonte al amanecer del Equinoccio de Primavera en el hemisferio norte marcó, como se sabe, de un modo absoluto el simbolismo mítico y religioso de muchos pueblos.
Son las adaptaciones a estas posiciones del Polo y del Punto Vernal, relativas a las constelaciones del Polo Norte Celeste y a las Zodiacales las que modifican las formas de los mitos que describen la relación entre la vida humana en la Tierra y el movimiento de las estrellas, comprendidas como una sola realidad en el mundo antiguo.
***
A setenta y cinco kilómetros de Madrid y en el centro de España, en la colina que domina Toledo cien metros arriba del Torno del Tajo, se levanta la casa que el marqués de Vega-Inclán consagró a guardar las 13 pinturas del apostolado del Greco. Las dos hileras de seis apóstoles a izquierda y derecha del íntimo recinto, están presididas por el lienzo del Cristo. Algunos discípulos tienen en sus manos el atributo que la Leyenda Dorada transmitió a lo largo de los siglos -como el dragón que brota de la Copa que sostiene su Apóstol Juan, en el Museo del Prado-. Fue este el primer lugar que el peregrino visitó al llegar a Toledo, en el tren rápido que lo trajo desde Madrid, por la mañana. Una “virgen apocalíptica” pintada sobre un cielo agitado, resalta en el gran lienzo que precede la colección y que incluye un mapa de la ciudad y un ser con aspecto de escultura que sostiene un cántaro, aunque la crítica es más feliz viendo una cornucopia….
Dejó la casa-museo y caminó hacia la Catedral del Siglo XIII -construida para albergar la Copa Santa llevada por los Templarios- y luego, calle abajo, al mirar Santo Tomé, volvió a pensar en Domenico Theotocópulos, el pintor de la Isla del Minotauro que a los 22 años y habiendo dominado la técnica en la ejecución de íconos, dejó Creta, en ese entonces parte de la República de Venecia, para viajar a Italia donde tuvo por maestros a Tintoretto, Tiziano y Veronés, que lo instruyeron en los misterios de la luz, centrándolo en el dominio del color más allá de la perspectiva que envuelve a los sentidos con su ilusión de tercera dimensión, trascendiendo la perfección formal de los florentinos Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael y Corregio. Subjetivo en su arte, “El Greco” es simbolizado por el fuego en el ANE de SRF.
Las estrechas callejuelas empedradas entre las fachadas de ladrillo y piedra de la antigua Ciudad Imperial, lo condujeron hasta la sinagoga, solitaria luego del mediodía. Cruzó un amplio salón de paredes blancas y ascendió a la galería mirando con atención un ejemplar de la Torah que un anciano rabí guardaba junto a varias menorah de plata. La ciudad nunca había perdido la majestuosidad que la luz de la tarde confirmaba destacando la brillante silueta del Alcázar. Bordeando la ruta del río, sobre la colina, caminó hasta la capilla de Santo Tomás.
En medio de una larga hilera de turistas cruzó la verja y entró en el recinto de la iglesia. Junto a la puerta y separado de la multitud, contempló en silencio el magnífico y místico Entierro del Conde de Orgaz, pintado entre 1585 y 1587.
Los toledanos no se cansan de admirar esta compleja Obra que, dividida en dos planos por la composición y el color, nos muestra dos mundos, terrestre y celeste, cuando Don Gonzalo Ruiz de Toledo, “Conde” de Orgaz, ingresa a la tumba.
El cuerpo exánime dentro de su armadura es sostenido por San Agustín y San Esteban, que, como la leyenda afirma, habían acudido hasta el Conde al momento de su muerte. Sus casullas gemelas, en color amarillo, brotan de la obscura procesión de los 18 caballeros que lo acompañan hasta su última morada, reunidos durante el responso bajo la forma del Crucificado que eleva el párroco Andrés Núñez, a la derecha del lienzo y enfrentado a tres frailes –franciscano, agustino y dominico- .
Entre los testigos, se encontró con la mirada de El Greco, junto a cuyo rostro otro testigo levanta la mano derecha en un gesto semejante al mudra del Pantócrator.
La Iglesia de San Tomé, o Santo Tomás, entregada a los agustinos por la familia real de los Paleólogos bizantinos y consagrada a través del Conde a San Esteban, fue construida uniendo el mudéjar al gótico, sobre una antigua mezquita. La nave guarda la tumba, y sobre ella, desde el lienzo, vestido de negro, Jorge Manuel -hijo del Artista- miraba directamente al peregrino, llevándolo a formar parte de la escena que ocurre en la Tierra, mientras en un mundo intermedio de luces y sombras producidas por el juego de grises, el Ángel del Conocimiento crea la verdadera forma del alma del Conde que, escapando de la tumba, es recibida en el mundo celeste por la Virgen a la izquierda y Juan Bautista a la derecha de la Obra, evocando aquella otra escena, al pie de la Cruz. Esta composición diamantina está coronada por el Cristo Glorioso que rodeado por Juan y Santiago encuentra con su mirada a la del Maestro cuya Voz clamaba en el desierto, mientras apaciblemente abarca toda la Obra con su diestra, Juez del Mundo que muestra su Misericordia.
Esta parte de la imagen le recordó la déesis tradicional que había visto un año antes, cuando el peregrinaje lo llevó en medio de la tempestad que se abatía sobre el Cuerno de Oro, hasta Santa Sofía, en Estambul. Allí, a pesar de que la obra en su parte inferior ha sido deteriorada por el tiempo, el Pantócrator equilibraba el mismo mudra que el Artista ha reproducido en Toledo, con el Libro que junto al corazón, sostiene su otra mano. ¿Por qué en Santa Sofía se encontraba ya el tema que el Greco “como un perfume bizantino” ahora repetía, en esta reflexión sobre la muerte?
Esta segunda contemplación del tema le reveló un arquetipo: la Virgen y Juan Bautista orando a Cristo por el mundo formaban una imagen que, aquí, en Toledo, mostraba otro elemento, la figura gemelar que hacían San Agustín y San Esteban pintada en amarillo, contribuyendo a la comprensión del mensaje de toda la pintura.
Sin atender al ruido de fondo que los diversos grupos de visitantes producían entre las explicaciones de los guías, no pudo separar su mirada de la imagen misteriosa que, perdido todo rastro antropomórfico, experimenta la transmutación que la lleva a la siguiente estación humana, en comunicación con la realidad entera, como el Embrión Cósmico –Hyranya Garbha de la Edad de Oro- que llena el espacio donde resplandecen las estrellas en los confines de la realidad cubriendo al Hombre Viejo, arquetipo de una Humanidad que se transforma, en la última secuencia del 2001 de Kubrick.
Y de pronto, mientras analizaba la figura inacabada, obra abierta en curso que ocupa el centro donde se cruzan los ejes de solsticios y equinoccios, vio El Nombre, El Secreto Primigenio que el pagano Flagetanis –y con él todo el Islam- había leído siete siglos atrás como Graal, expresado en la Obra del Maestro como las constelaciones de Virgo, Sagitario, Piscis y Géminis en las formas de la Virgen, Juan Bautista, el Cristo, San Agustín y San Esteban.
En el Arte, revelador del mundo del significado, permanente y anticipante, todo el misterio de Oriente reservado en Asia Central retornaba a su origen, a Occidente, tocando Toledo, que había reservado el destello de la Instrucción primordial en el manuscrito de Kyot tanto como en la pintura de El Greco, intuido estéticamente varios siglos antes de que esta visión fuera una realidad astronómica, pensada para una fecha específica, cuando coinciden varios fenómenos celestes previstos en muchas tradiciones.
Había meditado ya esta descripción astronómica del Santo Graal en el Sexto Propósito Psicológico del Sabio, Medicina Universal, Alma de todas las Cosas (SRF,1956) y brotando especialmente de las Aguas, al final de “Escultura Arquitectura”, de su Arte en la Nueva Era (1952) veía las cuatro piedras preciosas: el Carbunclo, el Diamante, el Jade y la Obsidiana, asociadas a este misterio luminoso expresándose en el Zodíaco Celeste de las Constelaciones como Piscis, Virgo, Géminis y Sagitario, que representan al Cristo, la Virgen, José y Juan Bautista.
Y, precisamente, esta imagen creada en el Lienzo del Pintor como una anticipación mística de los sucesos astronómicos previstos en las escrituras, era la señal que todos los hombres de la Tierra mirarían en los cielos, al amanecer del 22 de Diciembre del año 2012, cuando terminaba la Quinta Cuenta Larga del pueblo que conservó en sus calendarios el mensaje de la Tradición Original.
***
El simbolismo de la Astrología, otra de las ciencias tradicionales, era también el lenguaje de la transmisión graálica y su proceso desplegándose en la historia, gracias a la acción de la Tradición que con sus iniciados “esperaba en cada vuelta del camino”, según la expresión del Sabio (YYY).
En los signos Cardinales del Zodíaco Terrestre: Cordero, Cangrejo, Balanza y Macho Cabrío, se realizaban cada doce años las Grandes Peregrinaciones, correspondiendo con las Festividades de Solsticios y Equinoccios que se presentan en el recorrido del “círculo” eclíptico (en realidad una elipse), como la reunión (Mela) de más de 50 millones de peregrinos entre Saddhus, Sanyasines, Ascetas, Rajas, Yoghis, monjes, devotos que se encontraron en Harvard, India, en 1950, en Búsqueda (Queste, Gesta) del Cántaro (Kumbha), de la Urna, el Ánfora, el Graal, cuando el Sol transitaba por la constelación de Aries, mientras que los Grandes Peregrinajes en Busca del Graal, la Copa que contiene la Sangre del Salvador, el mismo Amrita Védico que lleva Danu Antara, el Médico Divino, empezaban a darse en América del Sur, siempre en el mes de Septiembre y también cada doce años.
Estos peregrinajes en la luz habían ocurrido ya en el Equinoccio de Otoño, durante los meses de Septiembre de 1974, 1986, 1998 y 2010, entre Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, la región de la esfera terrestre donde se localiza la proyección de las estrellas que forman el Aguador Celeste de la Constelación de Aquarius que vierte la luz del Cántaro por la costa occidental de Sudamérica hasta Fomalhaut, la boca del Pez Austral. “Alternadamente con valores positivos y negativos, cada uno” como había escrito SRF en una carta en la que atribuía un sentido público, positivo y abierto, al Kumbha Mela hindú del cual participó en 1950, entrando “como bañista de suprema categoría” en las aguas del Ganges en Rudraprayag, mientras que el de 1962, año de su muerte, quedaba asociado a una función oculta, misteriosa y esotérica, con un sentido especial para iniciados y maestros. En todo caso, la Fiesta del Aguador, del Cántaro, anunciaba en América del Sur el advenimiento de la Era del Saber, edad de Oro prevista en India como el Satya Yuga (Edad de la Verdad), que sucedería al Kali Yuga, Edad de Hierro, abierta por Sri Krishna, cinco mil años atrás.
El Zodíaco Estelar, donde se distinguían las estrellas de los Signos Fijos, Aldebarán Ojo del Toro; Régulus, Corazón del León; Antares, Corazón del Escorpión y Fomalhaut, la Boca del Pez Austral, marcaba las misiones humanas históricamente manifestadas en las tareas constructivas como la Civilización egipcia expresada en el emblema de la Esfinge de Gizeh, que reúne en su forma estos cuatro seres denominados Querubines por el genio hebreo, haciéndolos formar parte de una sola manifestación: la Mercabah del Libro de Ezequiel, cumplimiento emanado del Principio Bareschit, consignado por Moisés al inicio de la Torah.
Estos cuatro “signos fijos” del Zodíaco estelar estaban representados en el Cuadrado que inscribe la Cruz-Emblema trazada por el Sabio como una ruta para el cumplimiento de la misión emanada de la Orden del Aquarius en la Nueva Era, que cada generación transmutaría a través de su recorrido por los centros sagrados de América del Sur, puestos en relación con los textos que escribió bajo el título Propósitos Psicológicos, hasta encontrar el Santo Graal, simbólicamente manifestado en los Cuatro Signos Mutables: Los Gemelos, la Virgen, el Centauro y los Peces, expresión, en el Zodíaco Celeste, de las constelaciones Géminis, Virgo, Sagitario y Piscis, que el 22 de Diciembre envolverían al mundo entero.
Al interior del Cuadrado de los Signos Fijos (Aquarius, Tauro, Leo y Escorpión) que forman en el Zodíaco una Cruz ( + ) de brazos iguales, como emblema que los integrantes de la orden tienen sobre el pecho, el mecanismo que transmuta los cuatro elementos corrientes que les corresponden (Aire, Tierra, Fuego y Agua) por la investigación de la realidad con las claves hermenéuticas que provienen de la Tradición Iniciática, se presenta como la ( x ) trazada en el Círculo interior al cuadrado, con los 36 Propósitos Psicológicos distribuidos entre Aries y Piscis en los 36 decanatos de los Doce Signos, que inscribe a la vez, en forma de fechas, en los extremos de las diagonales invisibles, los signos Cardinales (Aries, Cáncer, Libra y Capricornio) y los Mutables (Géminis, Virgo, Sagitario y Piscis).
En el Centro y después de estas dos operaciones aparece Kumbha, el Cántaro, la Urna, el Graal que lleva grabados los símbolos de los planetas cuyos movimientos, analizados como teoremas, formaron la Mónada Jeroglífica de John Dee (1527- 1609), el mago isabelino que permitió el renacimiento de las ciencias tradicionales durante el siglo XVI, a través de su obra matemática y geométrica construida con los principios descritos en el Timeo de Platón, que transmite de forma velada, el misterio que desde hace miles de años anima el Gran Arte…
***
Día Doce
Una vez en posesión de la síntesis, para transmitirla, los pueblos primigenios tomaron como lenguaje a las estrellas, “el único libro que los hombres no han podido destruir” y donde ellos mismos habían encontrado la Tradición que encarnaban. Allí se conservó la información sobre el origen y la finalidad total del hombre. De ahí la profundidad del misterio del Zodíaco, cuya enseñanza es la base de la Iniciación y contiene “la maravilla del tema del mundo”, conservado a lo largo de las épocas a través de un relato, el sermo mithyco que acompaña a las trece constelaciones zodiacales y a las que, cercanas a ellas, se distribuyen sobre (boreales) y bajo (australes) la Eclíptica.
Así, la alineación del 22 de Diciembre se produce en relación aparente con el grado 0 del Signo del Macho Cabrío y en el contexto de la Enseñanza Crística, pues la Natividad del Hijo de Dios ocurre en esa fecha, cuando se reúnen desde la Cola del Escorpión, el inicio de Sagitario (que es la constelación por la cual “pasa el Sol” en el mes de Diciembre), los pies de Opphiuccus (Asclepios o Esculapio) “sosteniendo” a la Serpiente (Kundalini hindú, Dragón chino, Tiamat sumerio) que busca alcanzar con su cabeza la Corona Boreal y las cercanas constelaciones de Sagita y el Escudo. Los relatos alrededor de estas agrupaciones estelares, inicialmente orales, forman la materia que se disemina, a veces con menciones directas (Job) en los libros sagrados de todo el mundo.
A través de ellas se mueven los planetas del Sistema Solar, “dioses” mitológicos que aparecen con distintos nombres pero idénticas historias y sentido, en todas partes y en todas las épocas. Las características de la mecánica celeste son las que se describen bajo la forma de eventos de un drama cósmico, consignado luego de mucho tiempo por escrito, casi siempre en obras armadas utilizando la “clave dáctil” del mundo antiguo: Son cinco los libros tradicionales chinos (Wu King) y los tonos de su lengua, las obras de los colegios mosaicos (Pentateuco), los grados del sacerdocio druídico, los planetas estudiados por los pueblos de oriente y occidente; los centros de conciencia del Vajrayana, o los sentidos, los elementos de la física griega y los sólidos de la instrucción platónica.
En el seno del pentágono escogido para simbolizar al hombre y su acción sobre la naturaleza, en el Pitagorismo, los ángulos correspondientes a cada lado miden 72°, imagen matemática y geométrica del número de años que tarda el Punto Vernal en recorrer un grado de la eclíptica, dato clave de transmisión y base de muchos calendarios, desde los sumerios, hindúes, egipcios, celtas o mayas, así como de operaciones mágicas, alquímicas, o “yoghísticas” que requieren 72 genios en el hebraísmo, como las 72.000 transformaciones alquímicas de Sun Wu Khung, el Mono Peregrino del Viaje a Occidente; 72.000 nadis, o 72 como pronunciación, en los tres mundos, de los 24 puntos que hacen el Nombre Sagrado de los Hebreos.